Caminando entre mares

El desaliento es provocado por mi desmotivación, siendo ésta provocada por tus falsas palabras. Recostado sobre esta roca te escribo para informarte y advertirte que mi vida terminó ya. No te culpo de todas mis desgracias; sin embargo, gran parte de mis lamentos se deben a ti. Esta desmotivación que has provocado en mi persona me ha llevado al límite; he dejado kilómetros atrás, huellas para que me encuentres, si es que quieres. El sol que ahora me quema no es tan hiriente como tus actos hacia mi persona, y prefiero dormir en el frío a soportar tus cálidas mentiras

Años más tarde caminaba un alguien frente a una enorme casa de tres pisos con patio trasero y frontal, enrejada por seguridad; pero bella por sus colores que entraban en armonía con la luz de los amaneceres y atardeceres; sin embargo, nadie se atrevía a pasar frente a la casa una vez que el sol se ocultaba, había leyendas sobre lo que ocurría a quienes osaban perturbar la paz del hogar, una leyenda urbana que nadie quería develar. Excepto ese alguien, quien aguardó todo el día en busca de su amigo, el cual nunca llegó. El pueblo al que había llegado le era desconocido, provenía de tierras lejanas y la cultura de la gente que vivía allí le parecía un tanto extravagante. Al no ver a su amigo, decidió esperar durante la noche debajo de aquel árbol que se hallaba frente a la casa misteriosa. Los pocos transeúntes se apresuraban a sus casas evitando pasar frente aquel hogar de noche, miraban con escalofrío a la figura humana que padecería un horrible destino si no se movía de allí, no obstante, nadie tuvo la valentía o humildad para advertirle lo que podría ocurrirle.

Cayó la noche, la Luna no se presentaría en esta ocasión para permitir ver un cielo estrellado que cautivó al alguien. Conforme la noche avanzaba, más y más estrellas se asomaban, el sujeto se recostó bocarriba junto al árbol y se dispuso a ver las constelaciones, su mirada absorta uniendo los titilantes puntos provocó que en su mente se formara un pensamiento:

“Hace años que no veía un cielo tan estrellado desde que dejé aquella roca”

Su vista tan buena como la de un halcón alcanzaba a vislumbrar estrellas y cúmulos de ellas que no muchos percibían, convirtiéndose así en capitán de un navío famoso, pero eso es otra historia. Hacia la media noche, la briza cálida se volvía gélida y sus ropas simples no lo mantenían caliente, se acurrucó y se pegó más y más al árbol hasta quedar dormido.

“Tus pisadas que sigo son aquellas que me pediste que no siguiera, tus brazos que tomo no son los que me abrazaban y tu sombra no es tu error, sino mi error. Si la vida fuese como tú me dijiste que sería y la muerte fuese como nunca me dijiste que sería, no estaría sufriendo de este frío”

Amaneció minutos más temprano que de costumbre, el sujeto despertó con ganas de ir al baño, por lo que se levantó de golpe en busca de un árbol lejos de la calle.

Esperó unas horas a que abrieran los establecimientos cercanos para entrar a una cafetería y desayunar, algunas personas le reconocieron y desmintieron las terribles leyendas de la casa, lo veían con asombro, tanto que se sintió intimidado decidiendo tomar su café y pan fuera del establecimiento, donde una joven hermosa se sentó a su lado y preguntó

– ¿Cuánto tiempo llevas esperándome? –

Aquel, la miró confundido y respondió con una pregunta

– ¿Nos conocemos? –

–Quizás tú no te acuerdes mí, pero yo de ti, sí–

– ¿Quién eres? –

– Esa respuesta no puedo respondértela–

– ¿Por qué no? –

–Si descubres quien realmente eres, entonces sabrás quien realmente soy–

La joven se levantó de su asiento y se retiró con una dulce sonrisa.

Así el tiempo pasó. El joven se convirtió en el capitán de un famoso navío. Recorrió los siete mares. Jamás una tormenta lo tomó por sorpresa. Jamás un fenómeno humano o natural le causó una impresión para la que no tuviera solución. Excepto la tarde previa al inicio del verano. Luego de comer, descendió de su barco y dejó a su tripulación instrucciones. Las historias son varias, algunos dicen que, en un bote, remó hacia la nada; otros dicen que comenzó a caminar sobre los mares. Otros dicen que se lanzó al mar con un ancla atada a sus pies; pero cierto es que nadie conoce la verdadera historia. No obstante, se sabe que escribió la siguiente carta.

“Dentro del mar de los pensamientos surge aquel recuerdo que alguna vez me agobió por noches y, que luego de varias reflexiones, fue sepultado entre la enmarañada red de mis conexiones cerebrales. Todo sentimiento se perdió en el fondo de mi cuerpo. Pero ¿qué detonó o qué provocó en mi mente que ella resurgiera?

El caminar sobre este azul inmenso, que parece no tener fin, me hace sentir libre, me provoca un olvido de la vida, pero trae a mí, junto con la brisa salada, recuerdos de mi juventud. No me considero viejo, ni siquiera creo tener la experiencia para poder comentar o hablar de determinados temas, pero como todo joven, tuvimos nuestras obsesiones o amores, algunos concretados y otros inconclusos.

Este recuerdo revive a la joven de quien alguna vez me enamoré sin razón alguna. Quizás sus carcajadas que alguna vez trataron de dejarme sordo fueron la razón de que mi cuerpo se arrodillara ante ella. Ella tenía novio y cuando terminaron, vi una oportunidad para mí. Me esforcé por mostrar lo mejor de mí, pero todo parecía no manifestar resultados. A las semanas, indirectas y más contacto entre nosotros intentaron ayudar, acompañar nuestra relación, que se encontraba ya estancada en la amistad. Intenté subir el tono de mis actos, pero el respeto a la relación me negaba continuar con mi campaña. Llegó un día, me había preparado mentalmente, como todo aquel que está dispuesto a darlo todo o perderlo todo. Duró bastante la fiesta, y aunque ella se viera con buenos sentimientos, su lenguaje corporal me mostraba el verdadero secreto al que yo me negaba. Y pese a saberlo, mi curiosidad, mi necesidad por saber y entender, me obligaron a declarármele y preguntarle. Ella negó. La amistad no se perdió, pero ya sentía incomodidad en mí al estar cerca de ella.

Oí rumores, y ella los negaba. Tenía mis especulaciones, que ella evadía. No podemos decir que mi corazón se rompió, pero sí mis niveles de serotonina, oxitócica y dopamina disminuyeron drásticamente. Fue un día largo, el siguiente al que ella me negó. En un mar de pensamientos, vagué sin rumbo definido. Finalmente lo comprendí. Me olvidé del sentimiento, ese deseo de querer estar junto a ella, conversar con ella. Pensé de dónde provenía aquel sentimiento hacia ella. La razón era ninguna. Había más razones para no querer estar con ella. Siempre angustiada y quejándose de su viday, en ocasiones, mostrándose incoherente con sus ideas. Si no podía aceptarla tal y come era, entonces no podía estar realmente enamorado de ella, sino de una idea que mi mente formó.

El amplio y vasto azul me sobrecogían en mi congoja al recordarla, la idealización de ella regresaba, y sentía ese querer estar con ella. Recordé otro momento y como todo humano que busca el placer, el deseo de juntar su cuerpo con el de alguien más. Alguna vez pensé, quizás podríamos llegar a ese éxtasis que muchos desean, conversar con ideas y compartir miradas que únicamente nosotros entenderíamos. Deslizar mis manos por su cuerpo y sentir las suyas en el mío. Puedo recordar y querer besar sus labios, y sentir el encanto de compartir más en un tacto que en todo un día de plática. Pero eso era una idea que no pude jamás imaginar. Alguna vez soñé con esa idea. Pero mi mente se negaba a imaginarla a conciencia.

Meses después decidí que sería bueno volver a revivir esa amistad, que había quedado en espera. Ambos habíamos acordado seguir siendo amigos y, sin embargo, no nos dirigimos palabra alguna hasta un tiempo después. Ahora no recuerdo quien inició la conversación. Pero sí recuerdo que el amor había muerto, ahora la veía como quizás siempre debí verla.

Enterré mi idealización hacia ella, mas no los sentimientos. La amistad nos permitía reír y conversar, y en ocasiones el silencio era nuestro mejor diálogo. El amor a nuestra amistad se mantuvo.

Las ideas hacia los instintos pasionales se apagaron, jamás resurgieron. Es agradable no tener ideas que no se puedan imaginar.

Aun nos vemos, aun somos amigos, pero en otro modo, quizás aún guardamos ese sentimiento de incomodidad por lo ocurrido, por la negación realizada y recibida. O es quizás que, en el fondo, cerca de donde enterré mi idealización, ambos sabemos y entendemos que ninguno de los dos estaría contento con el otro.

Finalmente, me sumerjo en el azul, dejo que el azul me tiña, que me alimente y, por último, me ahogue. Desde las profundidades ya no se ve el azul, se ve verdoso y hasta transparente. Los rayos del sol entran y se difractan. Mientras el azul me hunde, la luz va en decremento. Y el transparente se vuelve otra vez azul y el verde, azul oscuro. La presión en mis pulmones es dolorosa, pero los recuerdos logran opacar el sufrimiento. Las memorias me hacen olvidar que toda la luz se va apagando. La idealización de ella resurge y me acoge en mis últimas exhalaciones de oxígeno. Me abraza en sus brazos, que jamás habían estado tan cálidos como en esta ocasión. Así como ella resurgió, así se fue. Me aventó a unas tierras o arenas, el sol empieza a quemarme, pero estoy débil y apenas recobro el aliento. Permito que me estrangule y asfixie, pero la arena es suave. Las memorias salen a flote una vez más, pero ella ya no regresa. Su idea se ha ahogado, atrás se ha quedado. Yo, en cambio, he salido avante, no completo, no con fuerzas, pero pronto me pondré de pie. El papiro que no se ha quebrantado y esta pluma son mi forma de comunicarme, mientras me recargo sobre esta piedra para escribir mi desaliento o mi convicción por seguir adelante“.

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